viernes, 19 de marzo de 2010

El Estado y la Democracia Participativa


El Estado y la Democracia Participativa

Estefanía Soledad Otero
Ciencia Política – UBA

Pensemos en el estudio del Estado: su concepto, su rol, su historicidad, su involucramiento, sus funciones, sus partes, sus limitaciones y su importancia contemporánea.
Partiendo de la base de la formación de los Estados Modernos, se hace referencia a las clases dominantes como inventoras de éstos, cuya finalidad consistía en organizar al país desde un poder central capaz de fijar deberes y derechos para todo el resto de la población.
Con el paso del tiempo y el desarrollo de la Economía y la Política, tanto las clases dominantes como el resto de la población se iban transformando e incorporando nuevos intereses.
Fue necesario repensar ese rol estatal primitivo para garantizar ciertos derechos que las masas y sus líderes demandaban cada día más. Así fueron pasando la Revolución Francesa, la Comuna de París, la Revolución de Mayo, la Revolución Rusa, en las cuales (bien diferentes entre sí) la población en general, y la ciudadanía en particular, se adueñaban de sus derechos para reclamarlos y hacerlos realidad.
Sin embargo, también pasaron la Guerra franco-prusiana, los Bonaparte, los Hitler, las dos Guerras Mundiales, los Golpes de Estado, donde el Estado buscaba contraponerse a los intereses de las mayorías, también reclamando… mercados, territorios, poder, ganancias, desaparición de ideologías (el socialismo, el anarquismo, el comunismo, el sindicalismo…).
Estas dos situaciones (que siempre fueron paralelas y efectos de las luchas de clases históricas y nunca salidas de repollos) provocaron un nuevo pensamiento y una nueva necesidad en buscar equilibrios dentro de la Democracia Representativa para que por fin sólo la clase política iluminada fuera la protagonista de las decisiones que tomara el Estado.
El sufragio, las urnas, las campañas, las internas, las listas, y los partidos fueron los principales elementos esenciales para hacer realidad esa representación. Mientras, las Instituciones seguían siendo creadas por hombres a su imagen y semejanza. Nunca al revés.
El voto y la institucionalidad eran la fórmula perfecta para vincular la población y los Dos Poderes formados por políticos elegibles.
No obstante ello, y con la llegada del siglo que transitamos, se notan algunas heridas abiertas que la representación aún no logró curar. Y allí está nuestra responsabilidad.
Se trata de un desafío que parece –a lo lejos- interesante para indagarnos a nosotros mismos y preguntarnos ¿qué nos pasó?
Todavía hay pobreza, todavía existe exclusión de sectores vulnerados, todavía hay barrios sin agua potable, todavía hay delincuencia, todavía hay armas, todavía hay violencia, todavía hay negligencias, todavía hay corrupción, todavía hay discriminación, todavía hay odios, todavía… todavía…
Entonces surge la curiosidad de buscar formas que intenten transformar esta realidad que se vive y que no gusta.
Evidentemente las instituciones (aún necesarias al día de hoy) dieron cuenta que solitas no pueden lograr soluciones. Ni siquiera a largo plazo. Los partidos políticos ya no son los mismos de antes y el Estado sufre su propia ilegitimidad.
Sin embargo: las instituciones, los partidos políticos y el Estado indudablemente son la base de toda Democracia moderna.
La pregunta que sigue sería: ¿Alcanzan esos tres elementos para construir una verdadera Democracia? Y cuando se dice una verdadera Democracia se hace referencia a una Sociedad sin… pobreza, exclusión, delincuencia, armas, violencia, etc.…
Por lo tanto, es comprensible que algunos busquen posibles soluciones por otros lados. Por ejemplo, en la Democracia Participativa. Pero una Democracia (realmente) Participativa necesitaría un Estado Social que garantice y promueva la participación ciudadana, que amplíe esa misma ciudadanía a través de la inclusión de aquellos sectores postergados que son los que verdaderamente necesitan de la presencia de un Estado comprometido, con fuertes políticas públicas, atendiendo a aquello que hace al interés de toda la población, a lo común, a lo compartido.
Transformar la municipalización en gestión pública sería un paso importante. Dejar de limitarse a barrer calles y veredas para pensar en opciones que ayuden a involucrar a la gente en las decisiones respecto de qué país queremos.
Consultar, deliberar y resolver. Todo ello puede ser participativo dentro de los mecanismos de la gestión pública.
Cuando se critica la falta de participación, también debe criticarse el pequeño número de personas que deciden sobre los presupuestos. A mayor participación, mayor representación. Nunca al revés.
Un Estado Social que promueva la participación desde la Gestión Pública y una Sociedad Civil inclusiva y comprometida, en el ámbito de una esfera pública, pueden comenzar a ser buenas combinaciones para repensar la construcción de la Democracia.

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